Criando "For Ever"

En la subida de la gran montaña llamada crianza, es bueno detenerse un momento y en vez de afligirse por lo que queda para llegar a la cima, girar la cabeza hacia abajo, mirar la distancia recorrida y felicitarse por los logros y esfuerzos realizados. Después de todos, solo los padres sanos serán capaces de aportar salud y bienestar a sus hijos.

Psic. María Fernanda Sarraf Aragón

4/29/20243 min leer

Los seres humanos somos mamíferos y eso significa que tenemos un cerebro emocional que nos lleva a conectarnos con otras personas para procurar el bienestar. Tenemos la motivación para cuidar a otros, así como surgen los sesgos y juicios que operan para defendernos cuando nos sentimos amenazados.

Los seres humanos fuimos desarrollando un cerebro cognitivo también, en la medida que fuimos capaces de ponernos en dos pies y utilizar las manos para desarrollar movimientos más finos y construir herramientas. Creamos el lenguaje con este nuevo cerebro cognitivo y obtuvimos la voluntad para recordar o imaginar lo que quisiéramos. Si bien estas cualidades son admirables, a veces nos juegan mala pasadas, porque cuando la mente divaga, tiende a irse a los recuerdos negativos o a imaginar situaciones amenazantes promoviendo la ansiedad, como una medida protectora de futuros peligros. La mayor parte de las cosas que imaginamos no se concretan realmente, no obstante, ya hemos sufrido por ellas.

En cuanto a la crianza, somos padres cuidadores de hijos que nacen en absoluta dependencia de otros. Otras especies logran que sus crías se pongan de pie el mismo día que han nacido y luego de unos meses, son capaces de proveerse el propio alimento y cuidarse de las amenazas del entorno. Están listos para salir a la vida independiente.

En el caso de las personas no es así. A nuestros cachorros les toma un año ponerse de pie, un par de años para comenzar a hablar y unos 25 años para que su cerebro madure completamente. Incluso hay un consenso social de que pueden considerarse adultos a los 18 años, momento en el cual podrían ejercer todos sus derechos. Son muchos años de cuidado parental, si lo vemos así.

Lo cierto es que, si esos hijos de 18 años “adultos” deciden estudiar, siguen siendo criaturas dependientes, al menos vivirán en la casa familiar que debe proveer el orden básico y la alimentación para su sobre vida. Muchos jóvenes de hoy posponen la salida de la casa de sus padres hasta los 30 años o después porque priorizan otras necesidades, como estudiar más o viajar.

Si lo pensamos así, las personas que han decidido formar una familia, se pasan los mejores años en cuanto a la generación de recursos y salud física, criando y manteniendo a los hijos. Y la crianza dura tantos años, que a veces se interceptan las crisis de los hijos con la de los padres, como, por ejemplo, la adolescencia de los hijos y la crisis de la mitad de vida de los padres. O el duelo por dejar la casa (y estabilidad) familiar de los hijos con el duelo de la jubilación y dejar la vida laboral con sus redes y oportunidades productivas de los padres. Muchas veces los padres están cuidando a sus hijos y a sus propios padres a la vez.

Por esto, más que nunca, es tan importante que padres y madres tomen conciencia de que son sus principales recursos para la tarea de crianza que corre en paralelo con otras como el trabajo para generar recursos y el cuidado de sus propios progenitores.

Incorporar en la rutina diaria actividades de autocuidado, como tiempos para hacer ejercicios, compartir con pares, disfrutar de un lindo paisaje, meditar u orar, entre otras actividades que les permite contactarse con ellos mismos, con los que son fuera del rol paterno o materno y con los que fueron antes de tener a sus hijos.

Contactarse con sus sueños y tratar de materializarlos, descansar cuando sea posible y cultivar la buena salud física, mental y social que les permitirá sentirse bien con ellos mismos y ser mejores progenitores, empáticos y conectados, priorizando tiempos de calidad en la crianza, así como de crecimiento y autovaloración personal.

En la subida de la gran montaña llamada crianza, es bueno detenerse un momento y en vez de afligirse por lo que queda para llegar a la cima, girar la cabeza hacia abajo, mirar la distancia recorrida y felicitarse por los logros y esfuerzos realizados. Después de todos, solo los padres sanos serán capaces de aportar salud y bienestar a sus hijos.