📱 La tecnoferencia: cuando el celular nos roba la mirada

El término describe la interferencia que provocan los dispositivos tecnológicos —especialmente los teléfonos inteligentes— en nuestras relaciones personales. En la crianza, significa estar físicamente presente, pero emocionalmente ausente. No se trata solo de “estar pegados al celular”, sino de cómo esa distracción sostenida va moldeando la forma en que los niños perciben el afecto, la disponibilidad y el valor de su propia voz.

Kids UP

10/13/20252 min leer

Hay una escena cada vez más común en las casas chilenas: una madre o un padre revisando el celular mientras su hijo intenta contarle algo. Una notificación vibra, los ojos bajan a la pantalla, la atención se escapa. El niño calla. En ese instante cotidiano, casi imperceptible, ocurre algo profundo: la tecnología interfiere en el vínculo. A eso los especialistas le llaman tecnoferencia.

El término describe la interferencia que provocan los dispositivos tecnológicos —especialmente los teléfonos inteligentes— en nuestras relaciones personales. En la crianza, significa estar físicamente presente, pero emocionalmente ausente. No se trata solo de “estar pegados al celular”, sino de cómo esa distracción sostenida va moldeando la forma en que los niños perciben el afecto, la disponibilidad y el valor de su propia voz.

Chile no es ajeno a este fenómeno. Estudios nacionales revelan que el 70 % de los padres usa el celular frente a sus hijos pequeños, y que 7 de cada 10 personas cree que ese hábito daña la relación familiar. Los datos son inquietantes: niños de tercero y cuarto básico con más horas frente a pantallas muestran un desarrollo motor más lento, mayor riesgo de obesidad y alteraciones del sueño. Pero los efectos emocionales son aún más silenciosos.

Investigaciones han comprobado que cuando un niño siente que sus padres están distraídos por el teléfono, experimenta tristeza, enojo o simplemente se rinde al buscar atención. Con el tiempo, esa desconexión se traduce en menor apego emocional, mayor ansiedad y dificultades conductuales. No porque los padres no amen a sus hijos, sino porque el amor necesita presencia. Y la presencia requiere mirar, escuchar, responder.

La tecnoferencia nos enfrenta a una paradoja moderna: nunca estuvimos tan conectados, pero tampoco tan distraídos. La tecnología no es el enemigo; el problema es su uso inconsciente. Revisar el celular durante una comida o mientras jugamos con nuestros hijos parece trivial, pero en el lenguaje emocional infantil, equivale a decir “no estás primero”.

¿Qué podemos hacer? El primer paso es reconocer el problema. Luego, establecer momentos libres de pantallas —las comidas, el trayecto al colegio, antes de dormir— y dar el ejemplo: los niños aprenden más de lo que observan que de lo que les decimos. Crear acuerdos familiares y revisar la calidad del tiempo compartido puede transformar pequeños gestos en grandes mensajes de amor.

La infancia no espera. Cada conversación interrumpida, cada mirada perdida entre notificaciones, es una oportunidad que no vuelve. La tecnología seguirá allí, pero los años de nuestros hijos no. Quizás ha llegado el momento de volver a mirar, sin pantalla de por medio.